La historia se sitúa durante el reinado de Pere el Católico hacia 1212 pero según escritos que lo constatan sucedió durante el año 1173 y en medio de continuos conflictos entre la Corona de Aragón y Cataluña contra los reyes de Francia para apoderarse de Occitania, territorio que pasó a pertenecer desde entonces a la Federación Catalanoaragonesa. El rey Alfonso II el Casto, era un joven de diecisiete años y desde la muerte de su predecesor Ramón Berenguer IV la tutoría de nuestras tierras estaba en manos del rey inglés Enrique II de Plantagenet, padre de Ricardo Corazón de León y del Obispo de Barcelona Monseñor Guillem de Torroja.
El rey catalán tenía como enemigo principal al rey Llop (que en castellano significa “Lobo”) de Murcia y las incursiones en la Tarraconense eran frecuentes y, al mismo tiempo, tenían las luchas fronterizas del norte contra los francos en la disputa de Occitania. Por eso el condado de Ampurias era un hervidero de intrigas, luchas con castellanos e ingleses (aliados del rey Alfonso) por un lado y por el otro los enemigos ya mencionados, sin olvidar a los navarros siempre en combates con el reino de Aragón.
El conde Estruc fue un notable guerrero que siempre luchó en favor de la Corona catalanoaragonesa y en aquellos años, ya estaba en su senectud por lo que fue enviado a Llers, una pequeña villa cerca de Figueras, donde existía otro enemigo esta vez interno: los paganos.
Parte de los catalanes del siglo XII aún vivían apegados a los antiguos cultos íberos paganos, anteriores al Cristianismo, por lo cual éstos eran un potencial aliado de los árabes o, tal vez, de los francos. Por esa razón el viejo soldado tuvo que perseguir a todos aquellos creían en las brujas, la magia, las ciencias ocultas y demás supersticiones y obligar a los campesinos ampurdaneses a abrazar la fe en Cristo.
Por esta causa el anciano sufrió una maldición por parte de sus víctimas y que tiempo después de su muerte natural, Estruc rejuvenecido se levantara de la tumba convertido en un “no muerto” sembrando el terror por toda la Catalunya Vella.
Dicen las antiguas leyendas que sólo salía de noche para beber la sangre de sus víctimas, gustaba seducir y violar a las jóvenes vírgenes dejándolas embarazadas, las cuales daban a luz seres monstruosos que morían al nacer ya que según las tradiciones antiguas un vampiro no puede tener hijos. El rey Alfonso II tenía no pocos disgustos en aquellos tiempos y la población estaba realmente aterrorizada. La gente tenía miedo de salir de noche, todos llevaban ajos y crucifijos para protegerse del vampiro y ya nadie podía dormir en paz hasta que una anciana religiosa encontró la tumba del conde Estruc y le clavó la estaca en el corazón, desapareciendo para siempre la maldición.
Pero el recuerdo del vampiro sobrevivió al paso del tiempo y aún queda el dicho “tenir malastruc” o “mala astrugancia” para definir a quién tiene mala fortuna. Incluso durante generaciones las madres catalanas amenazaban a sus hijos con llamar al conde Estruc si no eran buenos y no hacían lo que se les mandaba. En el mismo Llers, un poblado donde sopla con gran fuerza la Tramontana del Canigó, un viento frío y áspero que los antiguos habitantes achacaban a unas brujas legendarias, las célebres brujas de Llers que dominaban los aires. El agudo silbido del viento, según las creencias populares, era motivado por la furia de estas mujeres. En Transilvania existía un mito semejante, las ”Ieles” (es decir “las Ellas”), cuyo paralelismo es sorprendente.
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